domingo, abril 09, 2017

San Simeon, Elephant Seals y Hearst Castle • Road Trip • Día 2

Desde San Luis Obispo seguimos por la costa hacia la parte que llaman Big Sur. Esa es la idea para hoy

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Buscando los puntos de costa y mar que nos sigan llenando los sentidos y a poco de iniciar el camino, entramos en Cayucos, una población de unos 2.500 habitantes que parece vivir del turismo de costa, de surf, de todo lo relacionado con esa vida de pueblecito en la bahía

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Dejamos el coche por el centro y caminamos por el pequeño muelle

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Nos sorprende ver esa comunidad añadida de población flotante de caravanas asentada junto a la playa

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Aun lado y otro del muelle, las olas estiran sus puntillas sobre la arena

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Todo se siente tranquilo en mañana de domingo, el tiempo sin prisa, el paso en calma. Se siente entre los pescadores, en los que pasean como nosotros, en quienes se sientan en la playa buscando el sol y el aire templado, en los surfistas que flotan y esperan, flotan y esperan hasta que llega el rizo que les impulsa y que elegantes navegan

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Debe ser una sensación única cuando se consigue ser uno con la ola. 
Ese mismo día hay una carrera de bicicletas y nos toca ver a alguno de los corredores que llegan hasta el muelle para reponer fuerzas antes de seguir camino. Lo interesante de la carrera es que solo se puede hacer con bicicletas anteriores a 1985 y la carrera debe hacerse por rutas lo más agreste posibles. Alguno de los ciclistas con los que hablamos llevan pedaleando desde las 7 de la mañana. Son poco más de las once

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Sí, México por todas partes

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Seguimos camino

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pero no adelantamos mucho porque la luz del día, el vieja mismo o el momento encuentra lugares que se antojan, aparcamos, caminamos un rato, hacemos fotos

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Nos dirigimos hacia un lugar (Elephant Seal Vista Point) donde se pueden ver focas tanto en la playa como el mar. Ahí están, tumbadas en la arena o jugando con el agua y confundiéndose con las rocas

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Pasamos un rato perdidos en la indulgencia del gusto, contemplando sus juegos, el placer de sus momentos

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Escuchamos también sus ruidos, el sonido fuerte e inconfundible que hace cuando están solas pero especialmente cuando juegan, pelean o buscan compañía

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Nos movemos poco a poco hacia la playa más abierta donde muchísimas están tumbadas al sol

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No me gusta verlas así. Pareciera que estuvieran muertas. Además, el olor es nauseabundo, la verdad. Durante todo el año llegan a esta parte de California y en estos meses están cambiando de piel. Tal vez por eso el olor sea más fuerte, no lo sé. Pero no están muertas, solo detenidas. Es gracioso ver cómo se echan arena con sus pequeñas aletas para que el solo no las queme o para mantener un poco más de humedad en la piel. Es bonito también verlas jugar, amarse y desamarse, enredarse entre gritos, caricias o peleas, quién sabe 

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Una hora después desandamos algunos kilómetros y decimos subir a Hearst Castle, "a museum like no other" según la página web del lugar que ahora pertenece al sistema de parques naturales de California pero que en su día perteneció a quien así lo concibió,  William Randolph Hearst, un magnate que hizo su fortuna con periódicos, radio y cine a comienzos de los años XX

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Su padre, George Hearst, compró un rancho de unos 40.000 acres y su hijo, William, creció encariñado con esa tierra. En 1919 heredó más de 250.000 acres de terreno y se pasó gran parte de su vida construyendo ese espacio que llamó "La cuesta encantada". No solo el espacio sino una mansión que constantemente estuvo en construcción durante 28 años. Julia Morgan fue la que creó esa mansión de 165 habitaciones y 127 acres de jardines, terrazas, piscinas y paseos, todo según el gusto del señor Hearts, coleccionista de obras de arte de todas partes del mundo. 
La entrada no es barata. Se pagan $25 por la sección de los salones en el piso de abajo, otros $25 si se quieren visitar las habitaciones del primer piso y otros $25 para ver las casitas construidas en las fincas de los alrededores. 
Ahí subimos

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y comenzamos el tour. Sin saber mucho del castillo, sorprende ver estas torres y empezar a encontrar parecido con cosas españolas

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Poco a poco, a medida que el guía nos lleva,

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voy entendiendo el lugar, el privilegio de poder decidir dónde y qué se construye, los edificios adyacentes al principal, la obra de ingeniería para hacer llegar el agua para la mansión, para la piscina exterior, 

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los paseos y espacios, los caprichos, el arte comprado aquí y allá o encargado,y  

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y todo en ese maravilloso espacio en lo alto de la colina desde donde se alcanza a ver el mar,

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todo buscado para acomodar el gusto del dueño. La amalgama de estilos y tiempos impresiona. Te guste o no. Impresiona esa puerta del edificio principal que perteneció a algún monasterio español del siglo XVI, los tapices de los salones, las alfombras, el artesonado, el comedor rodeado de asientos que pertenecieron al coro de alguna catedral española o italiana

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el espacio exterior, cada cosa

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(Ahí estamos y mientras aprendemos a hacer selfies o poner la cámara en auto, decidimos que mejor le pedimos a alguien que nos haga una foto para tener constancia

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Se agradece el sol y el aire templado mientras caminamos hacia la parte de atrás del edificio,

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el mar y el verde como constante, lo ecléctico

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Antes de coger el autobús para bajar al centro de visitante, visitamos la piscina cubierta

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No hace falta decir mucho más. No hace falta callar mientras el autobús desciende y nos acercamos a la costa de nuevo

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Deben ser las 6 de la tarde. Ya no nos queda luz para seguir conduciendo y llega a Big Sur. Hay que hacer ese recorrido de día. Decidimos quedarnos en San Simeon a pasar la noche porque veamos que haya otras opciones. Buscamos hotel y caminamos hasta la playa buscando el atardecer,

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ayer desde lo alto, hoy a ras de tierra, junto a los tesoros de la playa

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con toda su poesía, su misticismo o su simplicidad, 

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tesoros hechos de luz y de instante,

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de cuerpos y forma,

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otro movimiento

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